Mi familia y yo habíamos vivido por espacio de tres años en la Unidad Habitacional San Juan de Aragón, un lugar que empezaba a tomar forma. Las calles estaban recién pavimentadas. A una calle, teníamos una escuela primaria, un Kínder y un mercado, todo nuevecito… Yo contaba con apenas 5 añitos.
Sin embargo, justo antes de iniciar la secundaria, decidimos aventurarnos en una nueva etapa y nos mudamos a un terreno baldío en el ‘Proyecto’ de El Chamizal.
Imagina un vasto terreno, casi virgen, donde las milpas aún se balanceaban con el viento, recordándonos la rica historia agrícola de ese lugar. Las calles eran apenas trazos sobre la tierra, y los vecinos, como nosotros, estábamos construyendo nuestros hogares desde cero. Era un lugar lleno de posibilidades, pero también de desafíos.
“El Chamizal comenzaba a tomar forma, pero aún conservaba su esencia rural. Recuerdo a Don Chava, un personaje entrañable que era el centro de muchas actividades en la zona. Además de gestionar los pagos de los terrenos, tenía un pequeño negocio de carnitas que era todo un éxito los fines de semana.
Su puesto, improvisado pero acogedor, se convertía en el punto de encuentro de los vecinos.
Don Chava también organizaba emocionantes carreras de caballos a lo largo del Río de los Remedios y peleas de gallos que reunían a gente de los alrededores. Era como si el tiempo se hubiera detenido en ese lugar, permitiendo que tradiciones arraigadas convivieran con el frenesí de la urbanización.
Fue en este entorno único donde me inscribieron en la escuela primaria. Un edificio nuevo, con aulas amplias y un gran patio, había sido construido en medio de las milpas.
Allí cursé cuarto, quinto y sexto de primaria, rodeado de compañeros que, como yo, estaban descubriendo las maravillas y los desafíos de vivir en un lugar en constante transformación.
El Ingreso
Al terminar la primaria, llegó el momento de enfrentar un nuevo desafío: la secundaria. En el Chamizal no había opciones cercanas, así que tuve que buscar una escuela más lejos.
Recuerdo acompañar a mi papá a hacer los pagos del terreno con Don Chava. En uno de esos viajes, mientras cruzábamos la colonia San Felipe de Jesús, vi algo que me llamó la atención: un enorme edificio en construcción.
Al preguntar, descubrimos que se trataba de la nueva Secundaria número 99 “Margarita Maza de Juárez”. ¡La emoción me invadió! Era una escuela impresionante, con amplio patio, diseño moderno y algo que me impresionó enormemente: Tenía un enorme Gimnasio y regaderas…
Aún puedo recordar el olor de la pintura fresca y la sensación de pisar por primera vez sus impecables pisos.
Sin embargo, la alegría de haber encontrado una escuela tan bonita se mezclaba con la preocupación por los gastos que implicaba la inscripción. Nuestra familia, como muchas otras en el Chamizal, atravesaba una situación económica difícil.
Los pagos del terreno eran una prioridad, y el dinero para los útiles escolares y los gastos de inscripción parecía escaso.
Fue entonces cuando mi madre, con su ingenio y su gran corazón, recurrió a la señora Yolanda, una vecina de Aragón. Ella, con una generosidad que nunca olvidaré, nos prestó una cantidad de dinero que nos permitió cubrir los gastos de la inscripción. ¡Diez pesos!
En aquel entonces, esa cantidad representaba una gran ayuda. Siempre estaré agradecido con la señora Yolanda por su gesto de solidaridad.
“El día de mi inscripción quedó grabado en mi memoria como una instantánea vívida.
La interminable fila de aspirantes a primer grado serpenteaba desde el zaguán principal, “metido” varios metros hacia adentro del edificio de la escuela, era un lugar que los lugareños asociaban con pandillas y actos vandálicos.
Recuerdo cómo ese espacio, tan cargado de historias y leyendas, contrastaba con la inocencia y la ilusión de los niños que esperábamos ansiosos nuestro turno.
Fue en esa fila donde conocí a Enrique, un niño pequeño y vivaz al que todos llamarían el Enano. A pesar de su corta estatura, su voz era potente y llena de alegría.
Recuerdo con claridad cómo entonaba con entusiasmo canciones mexicanas y de mucho patriotismo. Su talento era evidente para todos, y la maestra de cocina, al escucharlo cantar, no dudó en proponerle un viaje a Cuba para perfeccionar su voz.
La idea de que un niño de nuestro barrio tuviera la oportunidad de estudiar con los mejores maestros de canto era emocionante, aunque nunca supimos si finalmente pudo realizar ese viaje.”
Nuestro primer día de clases fue deslumbrante, al menos para mí. ¡Qué hermosa escuela estaba ante mi! Me impresionaron la jardineras, el gran patio, los talleres. Pero principalmente, las regaderas un uso y el enorme Gimnasio. Estaba orgulloso de pertenecer a tan magnifica escuela. ¡Woow…!! Nunca la olvidaré…
El “Negrito en el Arroz”
En el mes siguiente mes, estábamos formados en el patio, temprano en la mañana, pues esa era la costumbre. Y fue ahí donde se nos dio la noticia de que un alumno de tercer año había sido consignado a las autoridades el día anterior. Se nos notificó que se había robado un Microscopio del laboratorio de Biología.
Si… Ahí fue donde me di cuenta de que, aún teniendo a la mano la mejor educación, la mejor escuela y los mejores maestros, si se puede ser malagradecido y ruin.
Estelarizando a la población escolar
Era casi mediodía, y la campana que anunciaba la hora de la salida aún resonaba lejana en nuestros oídos. De pronto, una voz desconocida interrumpió la habitual charla entre compañeros. Se nos ordenó reunirnos en el patio, algo totalmente inusual, pues faltaba más de una hora para irnos a casa. Con una mezcla de curiosidad y confusión, nos dirigimos hacia el lugar indicado, cargando nuestras mochilas como si fuéramos a una excursión inesperada.
Al llegar al patio, nos encontramos formados en filas impecables, una estampa que jamás habíamos visto antes a esa hora del día. Antes de que pudiéramos hacernos ninguna pregunta, la puerta principal se abrió y una multitud de padres de familia irrumpió en el patio. Sus rostros reflejaban una mezcla de angustia y alivio. Se detuvieron frente a nosotros, buscando ansiosamente a sus hijos.
Fue entonces cuando la voz del subdirector resonó con fuerza, cortando el tenso silencio: “Señores padres de familia, aquí están sus hijos, sanos y salvos. Pueden llevárselos a casa”. Un suspiro colectivo recorrió el patio. La explicación llegó después, mientras caminábamos junto a nuestros padres hacia casa.
Resultó que un rumor macabro se había propagado como pólvora por todo el país: se decía que en todas las escuelas, desde preescolar hasta secundaria, estaban inyectando a los alumnos con sustancias desconocidas para esterilizarlos. El pánico se había apoderado de los padres, quienes, cegados por el miedo, habían acudido en masa a los centros escolares para llevarse a sus hijos.
Nunca antes había sido tan evidente el poder destructivo de las mentiras. Un simple rumor, repetido una y otra vez, había generado caos y sufrimiento. Aprendí de primera mano la importancia de verificar la información antes de creerla y compartirla. El rumor es un arma peligrosa, capaz de sembrar discordia y destruir vidas.”
CONTINUARÁ…