El día de mi expulsión
En una ocasión, durante el segundo año de secundaria, nos quedamos sin profesor de alguna materia, cuya ausencia, ahora imprecisa en mi memoria, generó el caos habitual. Como era la última hora, la impaciencia por regresar a casa se apoderó del aula.
En pleno bullicio, un comportamiento común en cualquier grupo de secundaria (aunque no por ello justificable), apareció el entonces director de la escuela, el profesor Mendivil, recordado por muchas generaciones.
Su enérgica reprimenda fue severa, acompañada de amenazas de expulsión para todo el grupo. Tras su partida del salón de clases, el alboroto y los gritos se reanudaron.
Fue entonces cuando se me ocurrió asomarme por la ventana junto a mi pupitre para comprobar si el director se había marchado. En ese preciso instante, una compañera lanzó un insulto audible. Inexplicablemente, un breve silencio permitió que el chiflido se escuchara con claridad. El director me vio asomado a la puerta y asumió que yo era el responsable de dicha ofensa.
Las consecuencias fueron inmediatas y predecibles para quienes conocieron su temperamento.
El resultado fue que me encontré camino a casa, con la seria advertencia de que mi ausencia al día siguiente, sin la presencia de mi padre, significaría mi expulsión definitiva.
CONTINUARÁ…
Ya no busques a tus Amigos… Haz que ellos te encuentren.
